“Cuando el pueblo apóstata se cierne el castigo (Ex 32, 1-10) y Moisés pide a Yahvé que venga (Ex 33, 15) y le muestre «su gloria» (Ex 33, 18), éste le contesta que en esta vida nadie puede ver «su rostro» (Ex 33, 20.23), pero le promete que verá «sus espaldas» cuando pase a su lado pronunciando su nombre (Ex 33, 19-23).” Ferrara, R., El Misterio de Dios. Correspondencias y Paradojas, Salamanca, 2005.
La glorificación en esta vida es imposible, pero tenemos la seguridad de que Dios nos ama y por esta misma razón no nos deja solos, sino que nos muestra «sus espaldas». Por esta razón podemos afirmar que su providencia nos acompaña, su mano de Padre nos acaricia y nos sostiene. Pues, ¿quién más que Él puede sobrellevar nuestras angustias y dolores, pecados y excesos, sino su Hijo como lo hizo en
Las espaldas que vemos no son sino la historia, nuestra vida y el Espíritu Santo, no como el Absoluto hegeliano inmanente en la historia, sino un trascendental, pero no total como un monismo; una flecha que atraviesa nuestro corazón y nos invita a preguntarnos quién la disparó, al contrario de la tarea de Buda de liberarse del dolor sin cuestionar su causante (un mal médico, el bueno se preguntaría por el agente para que el paciente no padezca nuevamente el mal), una flecha que no daña, sino que cuestiona sobre nuestra verdadera naturaleza.
De modo que las preguntas existenciales (Fides et Ratio, 1.26s) no logran su solución en un instante terno en la vida terrestre (“encuentro con Dios en clave teofánica”) sino que necesita una preparación de «capacidad» para la debida recepción de la salvación y redención que nos otorga [libremente] Dios en la gracia.
Pues bien, cabe decir a modo de breve síntesis que «las espaldas de Dios» son nuestro gozo en esta vida, y no debemos apartar nuestra mirada [del corazón] a este Bien supremo, por el cual nos sentimos atraídos aún inconcientemente.
La preparatio remite a toda nuestra vida, debemos ser cual “odres nuevas” para recibir el vino de
Dios ya habló, sólo queda dar nuestra respuesta como verdaderos amantes.
La visión beatífica será concreta cuando demos nuestra respuesta final a la incógnita de nuestras vidas, el para qué tendrá su resolución sólo en Aquel que nos amó primero.
Nuestra vida debe ser libre respuesta de amor y aceptación de la gracia que Dios en su infinita sabiduría y libertad nos otorga.
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